11. EN LA LAGUNA
DE WIRÍ [dios Wiracocha] - [en la casa - en Wirí y la
muchacha quiere vivir con cholito]
[En la casa]
Cuando llegué a mi casa, con qué alegría me recibieron. Mi
mamita se puso a tostar cancha, mis hermanitos se subían en
mi encima o se colgaban de mi cuello y hasta Lucero, mi
venadito, de puro contento lamía mi cara, mis manos...
Como tantas preguntas me hacían, tuve que decirles nomás que
me fui a Huaylas llevando ganado de un hombre que me había
contratado, dejando recado a un negociante para que les
avisara y que con lo que me pagó el ganadero compré ese
maicito y la alforja. (p.31)
-- Pero con el recado nadie asomó -- habló mi mamita después
de avivar la candela con el soplador
-- Hombre para más mentecato, caray... después de prometerme
todavía... -- disimulé nomás.
La canchita no lo comí, sólo me serví con hartas ganas las
habas, papas y ocas sancochadas que en una lapa puso mi
mamita sobre la mesa. Ah, pero eso sí, aguantándome de
echarles su salcita y más todavía ají.
[Ir a Wirí y una muchacha]
Cuando llegó el tercer día en que quedamos vernos con la
muchacha, yo que me hallaba harto ilusionado con ella y por
el agradecimiento que le tenía, arreando mis borreguitas
tempranito me dirigí a Wirí asegurándole a mi mamita que por
ahí se pasteaba mejor.
Asomándome nomás lo vi la casa. ¡Achallau!, bonita era, como
nunca antes había visto yo en ningún sitio, menos todavía en
ese lugar donde era todo silencio.Debían ser de oro esos
enchapes que relumbraban a la distancia. Las paredes eran de
madera; pero de una madera fina, bien lisita y brillosa,
según pude fijarme llegando a su lado. La muchacha no
apareció al momento, pero las puertas estaban abiertas de
par en par. Bonito nomás, dejándolo a mis animalitos de su
cuenta, aguaité.
Ahí estaba ella, al fondo, sobre una cama, arrecostada sobre
unos almohadones, vestida enteramente de rojo y puesta
encima unos tules que apenas se veía que eran blancos porque
se transparentaban. Sonrió al verme y me hizo señas que
entrara. Ahí en su lado, acariciando mi pelo, me besó en mi
cara, en mis ojos.
-- ¿Quieres quedarte a vivir conmigo?
No supe qué responderle. Alargando su mano hacia una como
alacena que era, me alcanzó tamaña manzana colorada
indicándome que la comiera. Y mientras yo daba el primer
mordisco, una música extraña, bonita, que parecía venir de
lo más profundo de la laguna que estaba ahí a un paso, se
alzó llenándolo todo el cuarto. Con qué alegría bailaba
ahora en mi delante, levantando los brazos, extendiendo su
tul.
Cuando por la tarde volví arreando mis borreguitas, mi
alforja estaba llenita de ricas naranjas y limas. (p.32)
12. WAYRA WARMI [mujer del viento] - [comida sin
sal - la muchacha se convierte en una "mujer del viento"
en la laguna]
Como a la semana mi mamita empezó a darse cuenta que algo
raro me estaba ocurriendo. Primero fue por lo de las frutas
que a diario yo traía y que mis hermanitos, a las quitadas,
las hacían faltar; y después por la comida, que por qué
dizque comía yo sin sal, que sólo los brujos no la probaban.
Ya para entonces la muchacha, que según me confió, había
decidido convertirse en una wayra warmi, una mujer de
viento, para habitar el (p.33)
fondo de la laguna, me había invitado a entrar en su
palacio, bajando por unas escalinatas de piedra blanca, que
nunca antes había visto yo viniendo a pastear.
Una ciudad había dentro del agua, y se veía igualito como si
estuviera uno encima de la tierra. Los peces o challwas como
les llamamos, se paseaban para acá y para allá como aves que
nosotros vemos en el cielo. Plantas también habían, bien
cuidaditas, formando jardines. Unos hombrecitos enanos,
barbudos, vestidos de verde, que nos saludaban sonriendo
haciendo una venía, se cruzaban entre ellos andando por las
veredas, conversando.
Viéndole su palacio me acordé de ese castillo que había en
la tapa de su libro del ichic ollco, y la wayra warmi
también se parecía a la muchacha que ahí mismo estaba.
-- Ven, te haré conocer a la madre de la laguna, a su
espíritu -- me dijo llevándome de la mano.
Ese ratito yo pensé que sería una mujer o algo asina. Pero
no. Un toro barroso era, tamañazo, que resoplaba echado
encima de unas acelgas y que los enanos se afanaban
adornándolo con moña y enjalma.
-- Esta noche hay luna y debe salir a recorrer los campos.
Recién ahí me acordé de lo que mis paisanos hablaban: "¿No
oyen sus mugidos? Bajando está a sembrar su semilla en las
vacas chúcaras de la puna."
Era ya tardecito cuando me despedí ese día. Mis borreguitas
también se habían desparramado por todos lados y me costó
harto trabajo entroparlas. La wayra warmi me despidió
recomendándome como otras veces que no probara alimentos con
sal. (p.34)
13. CON SAL Y AJICITO - [cholito no es familiar
más negando la chica - caldo de gallina con sal y con
ají]
Cada vez llegas más tarde, hijo, qué pasa? -- me molestó mi
mamita una noche --. Además andas como tonteao, no pareces
ser el mismo; ya poco parlas con nosotros...
-- No, mamita, no tengo nada.
-- Tu padrino don Alberto Montañez ha visto en la coca
que hay una mujer que te tiene posesionado y que si sigues
así terminarás alocándote.
-- Mentira -- dije --, yo no conozco a nadie. (p.35)
"Mañana vendrás", me había dicho la wayra warmi,
"despidiéndote de tu familia por una semana, con cualquier
pretexto."
La verdad era que ya me estaba acostumbrando a vivir con
ella.
-- A ver entonces si es cierto -- me dijo mi mamita -- vas a
tomártelo ahorita, en mi delante, este caldito que te he
preparado. Débil estarás también quién sabe...
Caldito de gallina me sirvió, y estaba buen ratito ya
humeando en mi delante sin que hiciera yo la prueba de
tomarlo. Mis hermanitos con recelo me miraban, y hasta
Lucero, dejando de quitarles su yerba a los cuyes, estaba
que orejeaba.
-- Medio mal me siento, mamita; me duele la barriga -- le
dije.
Entonces vi que le ganaban sus lágrimas y que mis hermanitos
se ponían tristes. Eso me conmovió.
-- Bueno, mamita -- dije --, voy a comer; pero no llores.
Así diciendo lo probé el caldo. Medio saladito estaba. Para
remate, tenía ají. Confiando en que por una vececita que yo
probara sal no sería para tanto ya, empecé a tomarlo con
gusto, con ganas, como que de paso estaba extrañando
también. (p.36)
14. REPRIMENDA Y ADIÓS - [un sueño con tormenta -
vuelo al cielo negro helado]
En la noche fue la reprimenda. En mi sueño se apareció la
wayra warmi, colerosa como nunca antes la había visto:
-- ¡Eres un malagradecido! -- me dijo --. Ahora sí nunca más
podré volverte a ver. ¡Maldita sea! ¡Desoíste mi
advertencia! -- se tiraba de los cabellos y lloraba -- ¿Por
qué... por qué te dejé ir?... Pero serás bien castigado por
esto. Te arrojaré al primero de los siete valles malditos,
de donde no podrás salir; ¡ya verás!
Así diciendo que está vi que venía como a empuñarme y de un
de (p.37)
repente siento que me jala de mi cama y me levanta por los
aires, ese mismo ratito en que los truenos y los rayos
estaban que hacían fiesta y media en el cielo, mientras la
granizada caía menudita brincoteando sobre los techos.
-- Apenitas en el destello del relámpago vi su cara de
viento de la wayra warmi, en tanto una ráfaga, ¡úúúúú!, me
arrastraba hacia un cielo negro y helado. Después sentí como
que me soltaban a un abismo oscuro y que todo se silenciaba.
(p.38)
15. EN EL PRIMERO DE LOS SIETE VALLES - [camino a
nuevo lugar - una mariposa - una voz cantando]
Cuando desperté era de día. Asustado me levanté tocándome mi
cuerpo por si estuviera yo malogrado. Pero no felizmente.
Apenas me había rasmillado mi brazo. Y eso era todo. Más
bien lleno de mullpo [quechua: polvo] estaba mi ropa.
Sacudiéndome bien bien, medio azonzado [medio quechua:
entontecido] empecé a caminar. Y ahora?, dije, por dónde
nomás me voy? (p.39)
Sin rumbo eché a caminar. Un río corría por ahí cerca y
había harta vegetación. Este será seguro el primer valle
dije dándome cuenta que era un lugar desolado. Río río nomás
me iba, acordándome de mi mamita, que ese rato con mis
hermanitos me estarían echando menos... Una mariposa de buen
tamaño, de lindos colores, como una flor que estuviera
volando, asentó sobre la hoja ancha de una planta ahí
cerquita donde estaba yo caminando.
Bonito nomás me agaché a empuñarla, pero se me escapó. Más
allá, sobre unas matas fue a posarse de nuevo. Sus alitas,
transparentándose, llameaban como candela. La disecaré en mi
cuaderno, pensé. Después la llevaría a la escuela y la
pondría en el rincón donde teníamos pajaritos, lagartijas,
sapitos y hasta un zorrito palián disecados. Mucho se
alegraría la señorita Amelia, mi maestra, con un animalito
como ese en nuestra colección.
Así pensando, bonito nomás me aproximé. Di un manotazo, pero
sólo al aire. ¡Caramba, qué viva era! Ahora estaba posada en
un espino. Agarré una curpa y le tiré. Como un papelito la
vi caer. Alegrándome corrí... Pero al llegar, ya la vi más
allá. ¿Qué cosa?, dije, ésta se va a jugar conmigo? ¡No,
caray, tengo que agarrarla!
Así fue cómo me desvié del río y, sin darme cuenta, poco a
poco, me estaba yo metiendo bien adentro en un bosque, donde
los árboles eran tan altos y ramosos que apenitas dejaban
entrar los rayos del sol. Desorientado, tratando de oír el
rumor del río, que me parecía venir de todos lados, terminé
perdiéndome.
Recién sospeché que esa mariposa a lo mejor fue la wayra
warmi tratando de perderme en ese bosque para volverme loco.
Y como qué, animales feos empecé a ver que se arrastraban
entre la maleza y unos rugidos lejanos como de leones se
escuchaba. (p.40)
Medio asustado, busqué por uno y otro lado la manera cómo
librarme de ese entrevero de plantas, cada vez más tupidas.
Cuántas horas pasarían (ya estaba tarde). Por fin logré
salir a un claro o, mejor dicho, a un lugar donde el bosque
terminaba, alzándose más allacito una altísima montaña.
Y mientras mis ojos faltaban tratando de dar con algún
cristiano, oí de un de repente como que alguien cantara por
ahí por donde venía el viento. Emocionado, con ganas de
verlo, eché a correr esa travesía... (p.41)
16. LA ACHIKÉ - [la mujer con un aspecto de la
bruja achiké - proyecto para regresar al pueblo Rayán]
¡Ay, saputa saputa
prendishga!
lampras
lampras
lampras
¡Ay, saputa saputa prendishga!
lampras
lampras
lampras (p.43)
Cantando asina, una vieja junto a un punle [quechua: poza],
lo punzaba con espinas a un sapo en el momento que me asomé.
Quise darle cara y medio no también, después que con tanto
entusiasmo había corrido. Me hubiera escondido a espiarla
mejor, si no hubiese sido porque ese ratito, husmeando el
aire, sin verme todavía, le oyera yo decir:
-- Huele a gente. alguien anda por aquí cerca...
De pelo ceniciento, nariz larga, con la cara tapadita de
granos, esa mujer tenía el aspecto de la achiké, la famosa
bruja de la que hablaban en sus cuentos los de mi pueblo;
medio tisiquienta también era, tal como la pintaban. Una
ligera sospecha me entró al comienzo, pero viendo que ya era
tarde para ocultarme, me di nomás valor pensando en los años
ya que habrían pasado desde que aquella mujer moriría.
Luego de dar un respingo botándolo al sapo, caminando
agachada agachada como una gallina, sin dejar de oler el
aire, llegó hasta donde estaba yo paradito.
-- ¡Za! -- dijo al verme --. ¿Quién pues eres? ¿Qué estás
buscando por estos lugares?
Medio se alzó un poco queriendo disimular su joroba y hasta
una mueca hizo que para ella seguro significaba sonrisa,
pero a mí me infundió más desconfianza. Me fijé en su
vestimenta: usaba un rotoso traje de color negro desteñido,
sombrero granate oscuro, shilpiento, y un largo rebozo sin
flecos con su punta que se arrastraba por el suelo.
-- Te pregunto quién eres, ¿oyes o no oyes? -- habló
molestándose.
-- Me he perdido, señora -- le respondí --, buscando estoy
el camino de regreso a mi pueblo.
-- Y de dónde eres? -- dijo suavizando su fea cara y su voz
también -- ¿se puede saber?
-- De Rayán soy pues, un pueblo situado en la Cordillera
Negra, ¿conoce?
Se quedó pensativa como haciéndose que recordaba.
-- Ese pueblo está lejos -- dijo después --, yo conozco el
camino; mañana te indicaré, ahora ya está muy tarde.
-- No importa, señora, de noche también puedo caminar,
indíqueme nomás; hágame ese servicio.
-- Estarás loco, muchacho; de noche es peligroso. Te toparás
con (p.44)
almas condenadas y...
¿Almas condenadas? Ah, pucha, eso sí me acobardó,
acordándome de esas feas historias que contaban en mi
pueblo.
-- Tiene razón, señora -- le dije --, mejor será irme mañana
temprano. Por casualidad no tiene posadita que me dé?
-- Claro, hijo -- habló con un brillo medio raro en sus ojos
--; allá detrás de esa lomita está mi choza. Ahí como sea
nos acomodaremos.
-- Gracias, mamay.
Oscurecía. Un huaychó dando un graznido cruzó el cielo. Ave
malagüera. (p.45)
17. NIÑO MANUELITO
Descansa sobre esos pellejos -- dijo haciéndome entrar en su
choza --, yo iré a la cocina mientras, a hacer hervir
papitas; después te llamaré.
-- Gracias, mamay -- le dije, ya más confiado; parecía buena
la mujercita y un engaño nomás su fea apariencia.
Por si acaso diciendo, un ratito la estuve aguaitando por
una rendijita que daba a la cocina. Y de veras, afanada
estaba prendiendo la candela. Al ratito cuando volví a
mirar, vi que había parado un perol sobre (p.47)
el fuego. ¡A pucha! tremenda olla para preparar sólo para
dos?, me llamó la atención. No tendrá seguro olla chica,
pensé después, bostezando, con ese sueño que me vencía.
Tranquilizado ya, me tendí a la cama dispuesto a pegarme un
sueñecito olvidándome que hasta hacía poco mi barriga estaba
sonando todavía de hambre. Ni bien mis ojos se cerraron,
cuando empecé a soñarlo al Niño Manuelito, de quien yo era
su pastorcito todos los años en la fiesta de Navidad en mi
pueblo, y para quien cantaba villancicos y le hacía ofrendas
en la iglesia, con toda devoción.
"Tienes que huir lo más antes que puedas", me dijo en mi
sueño, "la vieja achiké está haciendo hervir piedras en ese
perol y con engaños hará que te acerques para empujarte. Lo
que quiere es alimentarse con tus restos, como ha hecho con
otras criaturas. Huye antes que sea tarde. Llévate el peine,
el espejo y la aguja que dejo a tu lado, y arroja cualquiera
de ellos a tu tras si sientes que viene a darte alcance."
Asustado me desperté pensando en que sólo sería sueño; pero
no, cuando miré a mi lado, allí estaban las cosas que dijo
el Niño Manuelito que me dejaba. De veras, un espejito
redondo, un peine de cuerno, brillosito, y una aguja grande
como de arriero.
Antes de guardarlos en mi bolsillo, aguaité por la rendija y
vi a la mujer atizando la candela sudada sudada. Después,
como presintiendo algo, se paró; y vi que se venía al cuarto
caminando despacito sobre la punta de sus pies. Rápido me
tendí en la cama haciéndome el que roncaba. Después, cuando
sentí que se alejaba, volví a la rendija de la cercha. Ahora
metía al fogón las últimas leñitas.
Al poco ratito, envolviéndose en su rebozo, salió. Iba
seguro por más leña. Aproveché para ir a la cocina y tantear
con un palo lo que hacía hervir. De veras, sólo piedras era.
Esas collotitas que abundaban en los ríos. Asustado, sin
pensarlo más, asegurándome de llevar conmigo esos tres
objetos que me regaló el Niño Manuelito, abandoné la casa y
me interné en el monte alumbrado ligeramente por la luna.
(p.48)
18. EL PEINE - [en camino - viento de la mala
bruja - llama al Niño Manuelito con un peine]
Tanteando tanteando caminaba yo, oyendo mil ruidos que se
confundían en ese laberinto de ramas, troncos, bejucos...
Procuraba ir en una sola dirección nomás, cortando, no como
en el día en que estuve dando vueltas y vueltas por el mismo
lugar como un zonzo [loco]. El miedo que sentía por la
mujer, me hicieron olvidar los peligros que me estarían
acechando quién sabe en la oscuridad. Corriendo en partes
donde la maleza no era muy tupida, avancé (p.49)
buen trecho. En eso el rumor del viento que anuncia una
tempestad, avanzó hacia el bosque, ¡úúúúúúú! ¡reeeeech!,
trayéndose, por lo que oí, algunos árboles abajo...
Soportando arañazos, latigazos de las ramas, tropezándome,
cayendo, levantando, yo corría desesperado maliciando que
ese viento no era otro que la achiké, la maldita vieja
bruja, que estaba buscando mi muerte...
Sintiendo que ya no podía más, después que la copa de un
árbol casito me tapa, no sé cómo me acuerdo del Niño
Manuelito y lo aviento a mi tras el peine, como me dijo. Un
grito feo que nunca antes había escuchado asina se lo llenó
el bosque ese mismo ratito en que un temblor sacudía la
tierra. Cuando asustado de fea manera me volví a ver, el
bosque había desaparecido y en su reemplazo se alzaba una
enorme montaña de puntiagudas rocas en su cumbre, como los
dientes del peine.
Respiré aliviado pensando que la achiké chocaría seguro allí
y estaría quién sabe muerta al otro lado. (p.50)
19. EL AYA UMA [cabeza sin cuerpo] - [lucha con la
loca bruja achiké]
Estrellado el cielo. Las siete cabrillas brillaban cercanas
a la mamá killa [quechua: luna], la madre luna. El aire era
limpio en esa noche serena, calmosa. Silbando avanzaba yo,
por un angosto valle orillado de cerros, esperanzado en que
por ahí sería el camino hacía mi tierra. De pronto, de uno
de los cerros hubo un desprendimiento de piedras y luego
algo que bajaba rebotando como una pelota:
-- ¡Tac pum! ¡tac pum! ¡tac pum!... (p.51)
Abrí bien mis ojos sin correrme todavía. Su cabeza de la
achiké era. Clarito la vi cuando un ratito se quedó en el
aire suspendida tratando de reconocerme seguro. Esos largos
pelos cenicientos, su encorvada nariz como de shingo
[quechua: gallinazo] y más aún sus feos ojos de lechuza, no
eran nomás de olvidarse fácil. En aya uma se había
convertido esa mujer: una cabeza que vuela buscando agua de
los ríos y que a veces llora con gemidos que lo hacen
helarse a uno.
Pegué la carrera hacia unos montecitos. La cabeza había
quedado botada en la pampa acabando de rodar. Le costaba
trabajo ahora levantarse. Mientras eso yo alcancé un árbol y
empecé a trepar, espantando a un venado que saltó de entre
los matorrales y se echó a correr esa travesía, medio oculto
entre las ramas.
En eso lo veo a la cabeza, de lo botadita que estaba, darse
un fuerte impulso y elevarse por los aires y luego, zumbando
como un oronguy [quechua: abejorro], lanzarse tras el
venado. Asustado vi cómo el animalito, saliendo de entre los
arbustos, enfilaba hacia el cerro seguido muy de cerca por
el aya uma, que pensaba seguro que en venado me había
convertido.
Descolgándome del lucmo [quechua: árbol de lucma] eché a
correr esa bajada, mientras el aya uma se estaría prendiendo
ya del cuerpo del animalito. Pero la bruja maldita se
convencería seguro que ese venado no era yo, porque al
voltear la veo que de nuevo se venía por mi tras, volando.
Acordándome de la aguja que me dio el Niño Manuelito, la
tiré a mi tras esperando a ver qué ocurría. Y ocurrió que la
vieja dio un grito que erizó mi pelo. Cuando me volví,
estaba atrapada en un alto cerco de espinas enredados sus
cabellos.
20. LOS JIRKAS HABLAN - [la bruja es vencida en un
lago]
Con el cuerpo rendido, en una pampa me dormí, rezándole a
taita Mañuco y a los espíritus de los cerros cercanos, los
jirkas, que me protegieran de algún peligro. Como a la
madrugada sería, desperté cuando los cerros estaban
hablando:
-- ¿Qué hace ahí ese pobre niño tiritando? -- preguntaba
uno.
-- Perdido estará seguro -- respondió el otro --. Nos pidió
protección, ¿no oíste? (p.53)
-- Sí, claro; allau criatura, siquiera a nuestras cuevas se
hubiera venido.
-- Oyes eso como lamento que viene de lejos?
-- Será el viento...
-- No, no parece.
-- ¿Algún alma en pena?
-- Eso sí tal vez.
¿Alma en pena? Más parecía la voz del aya uma. Se habría
desprendido del cerco de espinas quién sabe. Rendido como
estaba, confié en el espejito que tenía; algún milagro hará
diciendo.
-- Su lamento duele -- decía uno de los cerros.
-- Pasará por la pampa. Ojalá nomás no despierte al wambra
[niño].
La luna se ocultaba. Si el espejito no me socorre, los
jirkas lo harán, pensaba yo, confiando en los espíritus
bondadosos de las montañas. Con pereza me levanté.
Volando a ratos, otras veces dando saltos, oliendo mi rastro
como allko [quechua: perro], pero sin verme todavía, se
hallaba ya bastante cerca. Entonces fue que con todas mis
fuerzas lo aventé el espejito en el momento que avanzaba
rebotando, ¡tac pum! ¡tac pum! ¡tac pum!... Al tocar el
suelo, el espejito se convirtió en una tremenda laguna. Y el
aya uma, que acababa de dar un salto, en vez de rebotar en
la tierra, se hundió en las aguas, sin poder detenerse a
tiempo.
Quiso emerger como sea, elevarse, pero las aguas la vencían
y sólo glogloteaba desesperadamente. Sus pelos se
desparramaron sobre su cara, chorreando agua, y estaba que
se asfixiaba, sin tener manos para retirarlos. Un buen rato
luchó todavía, hasta terminar perdiéndose del todo.
-- ¿Viste? -- habló uno de los jirkas.
-- sí, era su cabeza de la achiké, la maldita bruja del
primer valle.
-- Pero, ¿a qué venía?
-- Parece que siguiéndole al wambra; para hacerle alguna
maldad seguro.
-- ¿y la laguna? ¿Dé dónde salió la laguna?
-- El wambra la hizo aparecer. Está visto que lo protegen
los otros dioses...
-- Mira, ya amanece; saludémosle a Inti, nos está
hablando...(p.54)