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Andes: Leyendas del
cholito en los Andes mágicos 1-10
de Óscar Colchado Lucio
presentado por Michael Palomino (2012)
ÓSCAR
COLCHADO LUCIO
Nació en Huallanca, Ancash [Perú] en 1947. Es un
reconocido poeta, cuentista y novelista peruano. Ha
obtenido importantes premios en narrativa y poesía como:
Premio de Cuento José María Arguedas (1978); Premio
Nacional de Poesía José María Eguren (1980); Premio de
Cuenco Copé (1983); Premio Nacional de Literatura Infantil
y Juvenil - Aplij (1985); Premio Latinoamericano de Cuento
Cicla-87; Premio Nacional de Educación Horacio (1995);
Premio Nacional de Novela Federico Villareal (1996);
Premio Internacional de cuentos "Juan Rulfo" (2002). ha
publicado buena cantidad de títulos para niños y adultos.
Entre sus libros de literatura infantil y juvenil destacan
los de la seria "Cholito", además de "¡Viva Luis Pardo!" y
un manojo de leyendas. (p.97)
El cholito
Cholito es un campesino que ayuda siempre a las personas.
Y es por eso, quizá, que las fuerzas del mal buscan
acometerlo y hacerle daño. Mas siempre sale airoso,
gracias a su fortaleza física y espiritual, herencia
ancestral de la que siente orgulloso. Cholito posee lo
mejor que pudo dar a sus hijos la nación indígena: esa
veta de sabiduría y tesón que les sirvió para ser
protagonistas del engrandecimiento de una de las mayores
culturas del continente. Óscar Colchado Lucio. (revés del
libro)
1. ENCUENTRO CON EL
ICHIC OLLCO - [leer y leyendo]
Encontré al ichic ollco, ese enanito que dicen que es hijo
del supay [quechua: diablo], el diablo, leyendo sentadito
sobre la rueda del molino de don Andrés un librito llamado
"Blanca Nieves y los Siete enanitos", con bonitos dibujos
en la pasta que llamaron mi atención.
Tan distraído estaría, digo yo, que ni la sombra de mi
cuerpo asomándose por la puerta, le hicieron reparar.
Bonito nomás, para no espantarlo, queriendo saber si había
más dibujos adentro, me acerqué (p.5).
Y como ni levantó la cabeza siquiera, con cuidado nomás a
su ladito logré sentarme.
-- Y... amigo - le dije -, ¿qué te cuentas?
Ahorita desaparece botando azufre como su padre o dejando
su excremento humeante, como dicen que deja, pensé.
Pero nada.
Como si estuviera ausente del mundo, siguió leyendo, sin
tomarme en cuenta.
Yo asomé los ojos al libro todo curioso.
Para mi sorpresa, no había dibujos; sólo unas letras
pequeñitas, raras, en qué idioma nomás será pues...
-- ¿Tú eres el ichic ollco o duende que dicen? -- le hablé
al rato, aburrido ya, después de haberme estado gustando
de su pelito colorado, como la candela, y de sus orejas
grandes, medio puntiagudas.
Y, como en el comienzo, siguió leyendo, sin hacerme caso;
a veces sonriendo, otras veces medio serio o asombrado.
-- ¿Tanto te gusta leer, oy? -- me acuerdo que le dije,
malhumorado, levantándome, pensando que no me contestaría.
-- Sí, pues, me gusta leyer, y qué... -- habló por fin,
medio ofendido.
El molino estaba parado, a pesar que el chorro de agua que
lo hacía girar seguía bajando por el cascarón de eucalipto
sin que lo hubieran desviado.
"Leyer", sí, había dicho leyer, y eso me acuerdo que en la
escuela la señorita Amelia, mi profesora, nos había dicho
que estaba mal hablado.
Creyendo hacerle un bien, le dije entonces:
-- No se dice leyer, oy, sino leer.
Me miró nomás medio de costado, con mala cara. Chaposas
eran sus mejillas, rosaditas. "De lo que se quema en el
infierno seguro", pensé.
Como el agua se estaba desparramando debido a que el ichic
lo tenía bien pisado el eje, según me di cuenta recién, me
fui a desviarlo.
¡A pucha! duro estaba ese fierro que hacía desviar el
agua. Tanto batallé hasta que por fin...
De don Andrés, el dueño, no había ni noticias. (p.6)
Cuando volví de nuevo donde el ichic, éste ni cuenta se
daba que ya no entraba agua al molino. Bien puesto su pie
sobre el eje, seguía lee y lee.
-- A pucha, oy -- le dije, yo que soy un aburrido para
leer --, ¿qué pues no te cansas hasta ahora?
Sin alzar la vista me respondió:
-- ¡Tú qué sabes lo que estoy leendo...!
Reí nomás en mis adentros, acordándome nuevamente de las
advertencias de la señorita Amelia.
-- Oy, ichic -- le dije --, no te enseñan en el infier...,
digo en la escuela, que no se dice leendo sino leyendo?
-- ¡Total! -- abrió los brazos soltando el libro; recién
me fijé en sus ojos: eran azulitos --, primero me dices
que no se dice leyer sino leer y cuando digo leendo me
sales que se dice leyendo... Tú me estás fregando.
Así diciendo se metió bajo la rueda del molino y
desapareció. Ese mismo ratito llamaron de afuera y yo salí
a ver. Era doña Agustina, su mamá de Antenor, que buscaba
a don Andrés. Diciéndole que no estaba, me metí de nuevo.
Bajo la rueda del molino, todavía humeando, ahora que no
había agua, encontré su excremento del ichic y al lado un
papelito escrito con muki-muki, esa tierra de color que
por ahí cerca abundaba, donde se leía: "Te necesito
urgente. Búscame al otro lado de la pirca [muro de piedra]
donde acaba su maizal de don Andrés."
A lo mejor me quiere enseñar algún tesoro, diciendo, me
encaminé ese ratito, rápido rápido nomás. (p.7)
2. AL OTRO LADO DE LA
PIRCA - [buscando silbando y subiendo a ichic]
Ya junto a la pirca, que era más o menos altita, noté que
crecían en su encima, aparte de musgo, carhuacashas, esas
feas espinas coloradas que cuando se plantan en el cuerpo
de uno así nomás no salen. Con cuidado nomás trepé.
Un vientecito helado, que hizo flamear mi poncho y casi lo
hace volar mi sombrero, silbando subía de la quebrada.
Reparé a todos lados esperando verlo al ichic de un
momento a otro. (p.9)
Pero nada. Silbé. Igual nomás. Abajo en la hoyada, de un
montecito a otro, volaban de rato en rato las bubas, esos
pajaritos medio plomizos que nadie los come porque
contagian enfermedades. Sólo esos habían. Llamé con todas
mis fuerzas:
-- ¡Ichic ollcoóóó!...
Algunas bubas se espantaron. Subió con más fuerza el
vientecito conversalón y en eso, sería el eco de mi voz o
el ichic mismo quién sabe, oí como que me respondía.
Entonces, para más seguridad, decidí bajar; a lo mejor
algo le estará pasando al pobre ichic diciendo. Bonito
nomás por un sitio que me pareció bajo, decidí
descolgarme, pero... ¡ah, pucha!, cuando me solté, no
había cuándo llegar al suelo. ¿Qué?..., dije sintiendo que
me iba y me iba, así paradito. Asustado miré hacia arriba
y vi cómo las crestas de la cordillera se iban haciendo
altas, cada vez más altas, y que la pirca no había sido
pirca, sino las macizas paredes de la cordillera...
Hasta que por fin caí al suelo, sin hacerme daño
felizmente, cuando ya pensaba que me iba a un abismo sin
fin. Cuando como tonteado me levanté, lo primerito que
hice fue mirar dónde estaba.
Un hermoso temple, lleno de vegetación, con quebraditas
que bajaban sonando hacia algún río seguro, apareció
delante mío. Miré si por la montaña podría subir a mi
pueblo: era imposible. De pura roca, cortada como con
machete, no había casi de qué agarrarse. Tendría yo que
dar un rodeo, buscar el camino... ¡Pucha!, me dio rabia
ese ichic. De matarlo era. Pero ya estaba yo, fregado. Esa
sería su venganza de lo que le corregí, ¡mal agradecido!
(p.10)
3. LA MANSIÓN DEL
SUPAY [diablo] - [el pardre del ichic con capa roja -
orden para trillar]
Una casa alta, de dos pisos, una mansión mejor dicho, de
lisas paredes blancas, fue lo que descubrí cuando me
hallaba deambulando, esperanzado en hallarlo al ichic para
que me enseñara el camino de vuelta. Vaya por fin, dije
alegrándome. Ya me estaba asustando de no ver rastros de
personas en todo ese tiempo.
Un hombre estaba arrecostado sobre una baranda, como
contemplando sus dominios. En vez de poncho llevaba puesto
una (p.11)
capa roja que flameaba apenas con el poco vientito que
debía correr allí arriba. Será el señor de estas tierras,
pensé. Ni bien me acerqué lleno de respeto a saludarlo,
cuando lo noté que sus cejas estaban erizadas de fea
manera y, al parecer, me estaba esperando.
-- Con que tú fuiste el que molestó a mi niño allá arriba,
no? -- habló haciendo rechinar sus dientes.
-- ¿Su hijo, señor? - dije sin acordarme del ichic, cuando
en eso lo veo al enano que por una de las ventanas de la
segunda planta estaba que me sacaba la lengua -. No, señor
- dije un poco temeroso dándome cuenta recién que ese
hombre era el mismo supay -, no quise molestarlo; sólo
porque lo corregí nomás se enojó.
-- ¿Corregir? ¿Y tú qué tienes que corregir a nadie? --
habló siempre amargo --, ¿y a ti quién te corrige?
Calladito me quedé sin responderle.
-- Pues ahora te has fregado -- me dijo, ese ratito en que
su mujer seguro y una muchacha buenamoza, su hija, se
asomaron a la baranda a curiosear --. No vas a salir de
acá si antes no haces lo que te voy a ordenar.
-- ¿Qué será, señor? -- diciendo me quedé ahí aguardando.
-- Ven por acá - me dijo --. Sube.
Subí por la escalera, de mala gana, maldiciéndolo en mi
dentro al ichic, que ahora jugaba resbalándose por una
baranda. Cuando llegué ante el supay, la mujer y la
muchacha ya se habían entrado.
-- ¿Ves esas gavillas hacinadas en esa parva? -- dijo
señalando lo que a primera vista creí que era un cerro, y
junto al cual se alzaba una pirca.
-- Sí -- le respondí.
-- Pues bien; mañana quiero verlo trillado y llenado el
trigo en esa pila de sacos que ves ahí.
-- ¿Cuál, señor?
-- Eso que está ahí junto a la parva.
Entonces recién me di cuenta que lo que yo creí pirca en
un comienzo, eran los sacos de lona que estaban puestos
unos encima de otros. (p.12)
-- Bueno, señor.
Dos peones volvían ese ratito de un establo que había más
abajo, trayendo baldes y arretrancas. A uno de ellos le
ordenó:
-- Anda adentro y diles que te den algo de comer para este
muchacho; tiene que trabajar.
Así diciendo empezó a bajar las escaleras, advirtiéndome
antes:
-- No te olvides. Para mañana.
-- Sí, señor - le respondí nomás sabiendo que no tenía
escapatoria. (p.13)
4. ¿QUÉ TIENES? ¡POR
QUE ESTÁS TRISTE? - [hormigas van a ayudar para
trillar]
Frente a la parva mi decepción fue mayor; tan grande era
ese cerro de espigas por trillar, que ni en un año
trabajando todos los días lo terminaría. Triste me senté
ahí a un ladito sin saber qué hacer. Escaparme no podría.
En cualquier sitio me daría alcance. Y si me quedaba,
¿cuál sería mi suerte?...
Así piense y piense que estoy, no sé cómo nomás reparo
entre las pajitas que estaban desparramadas por el suelo,
cuando lo veo a una (p.15)
hormiguita haciendo esfuerzos por pararse; agita esas como
manitas que tiene, con tanta insistencia que por pura
curiosidad la levanto y la pongo en la palma de la otra
mano, y oigo entonces que clarito me habla con voz
delgadita:
-- Qué tienes? ¿Por qué estas triste?
Entonces fue que tomándole confianza le conté mi
desventura.
-- No temas -- me dijo la buena hormiguita --, dame ese
pan que tienes en tu bolsillo y con eso haré que todas las
hormigas de este sitio, que somos en cantidades que no te
imaginas, se vuelvan hombres durante la noche y en menos
de lo que supones trillaremos el trigo y lo llenaremos en
sacos.
-- ¿De veras? -- dije acordándome del pan recién horneado
que me dieron en la casa de ese hombre que era el supay y
que por desconfianza no lo había comido y me lo había
guardado más bien en mi bolsillo.
-- De veras -- respondió.
Alentado por sus palabras, saqué el pan y lo puse ahí
sobre la paja, para que se lo llevara con otras hormigas.
-- Ahora anda descansa un rato y en la noche estás aquí
con nosotros trabajando como un peón más. Así mañana
temprano ya podrás presentarte ante el supay, lleno de
paja, sudoroso, ha demostrarle que eres tan poderoso como
él...
Y verdad pues, en la noche, en plena luna, esos hombres
que bajaron de todos los cerros cercanos, sin ni utilizar
caballos para pisar las espigas, desmenuzándolas así nomás
con las manos y echando el trigo de frente a los sacos,
terminaron el trabajo ya casi al amanecer. Agradecido me
quedé cuando se fueron, bailando mi corazón de contento.
Ahora sí me dejará ir, pensando. (p.16)
5. LA HIJA DEL SUPAY -
[tarea amansar animales - el camino a Rayán]
Cuando desde el balcón el hombre vio los sacos taqueaditos
de trigo, medio turbado se quedó, no creyendo seguro lo
que sus ojos veían. Varias veces carraspeó no hallando qué
decirme. Más parecía que no estaba en sus planes soltarme
todavía.
-- Bien, bien... está bien lo que has hecho, pero para
irte tienes que cumplirme con dos trabajos más.
Mi cuerpo tembló.
-- ¿Qué trabajos, señor? (p.17)
-- Te diré sólo el que vas a hacer en seguida, no me gusta
adelantar.
Y como me quedé callado escuchándolo, habló señalando una
pampa que había bien atrás del establo, donde se veía una
manada de caballos chúcaros, que correteaban y relinchaban
dando coces al aire.
-- Tienes que amansar esos animales urgente. Los necesito
para mañana temprano. Mis peones deben viajar a diferentes
lugares de la tierra a traerme almas condenadas.
-- ¡Almas qué...? -- ¡Pucha!, me asusté.
-- Almas condenadas -- repitió mirándome de reojo con mala
fe, mientras empezaba a bajar las gradas.
-- Así es que ya sabes...
Paradito me quedé a esa hora en que el sol rabiosamente
alumbraba, mirando la pendiente altísima por donde caí,
sin esperanzas ya de regresar por allí mismo.
-- ¿Estás triste? -- oí una voz a mi tras, dulce,
compadecida. Sobresaltado me volví. Era esa muchacha
buenamoza, su hija del hombre, quien me hablaba por su
ventana. Sonreí con tristeza viéndola que ella también
sonreía.
-- No, niña, no nomás...
-- ¿Quieres regresar a tu pueblo?
-- Sí, niña -- le dije -- ¿Sabes por dónde es el camino?
Del caserío de Rayán soy.
-- Sí -- me respondió alisándose su cabello. Rubiecita
era. Su carita también, ¡qué linda?, rosadita --. Sí, ten
paciencia un poco, yo te indicaré por dónde debes
dirigirte. ¿Te ha dado ahora un nuevo trabajo mi padre?
"Sí, pues, uno más me ha dado", iba yo a responderle,
cuando en eso llamándola por su nombre, que no alcancé a
oír bien cómo era, su madre apareció ordenándola que
entrara. Ella obedeció. La mujer, que era joven todavía,
molesta me habló:
-- ¿No tienes nada qué hacer ahora?
-- Sí, señora -- le dije un poco temeroso --, un nuevo
trabajo me ha dado su marido.
-- Entonces, pues, hijo, andando, andando... (p.18)
6. GALLINA POR CARNERO
- [la hija trae gallina - el zorro trae carne]
Caminando que estoy ya lejitos, no sé cómo nomás oigo que
alguien me llama:
-- ¡Cholito! ¡Cholito!
Sorprendido volteo, ya que sólo en mi pueblo así me
llamaban, cuando lo veo que ya me da alcance la muchacha
esa su hija del supay que, agitada agitada, trayendo algo
envuelto en un mantelito me alcanza, diciéndome apenas:
-- Lo he traído esta gallinita para tu fiambre sin que se
dé cuenta (p.19)
nomás mi mamá; ya está pelada...
Dejándola en mis manos se volvió sin darme tiempo a otra
cosa. Intrigado por esa ayuda que recibía de la muchacha,
medio desconfiado lo llevaba yo el atadito, sin atreverme
a desatarlo todavía hasta ese rato.
Como me sentía inútil de hacer lo que el hombre me había
ordenado, no fui derecho a la pampa, sino que me estaba
yendo a buscar algún ojonalcito más bien, para poder
echarme agua a la cabeza y poder pensar mejor. Hambre
también tenía, pero no mucha.
En eso, de detrás de una lomita aparece un zorro, con aire
amistoso, meneando su cola como un perro, quien husmeando
el aire lo oigo que me dice:
-- ¡Hummm!... gallina! ¡Añañáu! ¿Podrías invitarme un poco
de tu fiambre, muchacho? A cambio te doy medio carnerito,
qué dices; yo ya estoy harto de comer carneros, en cambio
gallina, hummm!
-- Pero está cruda -- le dije pensando en que no estaría
mal hacer el cambio, ya que yo desconfiaba de todo lo que
fuera el diablo o su familia.
-- Ah, muchacho, y de cuándo acá los zorros comemos
cocinado?
-- Bueno, si es así, aquí está; toma.
-- Pero espérate, voy a traer el carnerito -- diciendo se
alejó mientras yo lo esperaba ahí parado.
Al ratito se asomó trayendo entre sus dientes,
arrastrando, tanta carne que la amontonó ahí en mi
delante. (p.20)
7. MUNAPANDO MI
CARNECITA - [amansar caballos - un águila ayuda]
Después que se fue, relamiéndose, apurado, yo acomodé tres
piedras como para tullpa y ahí hice fuego. Algo debía
echar a mi estómago para no debilitarme, aunque ganas no
tenía. Me atormentaba la preocupación de cómo nomás
amansar esos caballos chúcaros. Ese ratito que estoy
terminando de asar la primera presa, lo veo en el alto un
águila enorme que da vueltas y vueltas en la misma
dirección donde yo estaba. Maliciando que la pobre estaría
munapando mi (p.21)
carnecita, deseándolo más que yo, sacando mi sombrero le
hice señas que bajara. Y como qué, ahí nomás asentó sobre
una roca.
-- Hola, niño -- dijo --, ¿me llamabas?
-- Sí -- le respondí --, quiero invitarte esta carnecita,
¿deseas?
Entonces vi en sus ojos del animalito harto
agradecimiento:
-- Gracias, hermanito -- me dijo --, cómo no, gracias.
Después de cortar una presita más para mí, se lo di el
resto, que era harto, para que se banqueteara en mi
delante:
-- Sírvete -- diciéndole.
Con qué ganas estaría que ahí mismo empezó a devorárselo
como con desesperación.
-- Gracias, hermanito -- dijo después limpiándose el pico
en la hierba --, no sé cómo pagarte. Tal vez pueda yo
ayudarte en algo. ¿Qué haces por estos lugares? Antes no
te he visto.
Entonces mientras comía yo, con cierto desgano le conté mi
historia.
-- Caramba -- dijo frotándose la cabeza con el ala, luego
de enterarse --, yo podría sacarte de aquí llevándote en
mi encima; pero el problema es que cuando uno intenta
salir de los dominios del maligno, nos volvemos inútiles
para mantener el vuelo, torpes se ponen nuestras alas y
caernos a tierra con todo nuestro peso. Antes ya, yo lo he
intentado y casi casi he muerto. Lo único en lo que puedo
ayudarte ahora es amansando esos caballos. Eso para mí es
fácil. Déjamelos de mi cuenta. (p.22)
8. LO QUIERO BIEN
GORDO PARA MAÑANA - [águila mansa cabellos - otra
tarea: dar comida a un toro]
Y de veras, en la noche, en plena luna, abrigadito con mi
poncho, observaba yo cómo la buena águila, bien prendida
del lomo de esos animales chúcaros, que corcoveaban como
demonios, logró que aceptaran al final, mansitos, que se
les colocara las riendas y las monturas.
¡A pucha!, cómo relumbraban esos adornos de oro y plata.
Agotada el águila, parada sobre uno de los animales, con
el sudor que chorreaba por su pescuezo empapando su
plumaje, me indicó (p.23)
que montara sobre uno de los caballos y fuera a la casa
del hombre a decirle que ya estaban amansados. Antes nos
despedimos con harto afecto, porque me dijo que para que
no maliciara su señor no volvería a aparecer. Volando muy
alto, me acompañó todavía hasta cerca de la casa cuando yo
me dirigía a dar cuenta de mi tarea.
El maligno, que estaba desayunando en el corredorcito de
la segunda planta, se quedó todo tonteado al verme asomar
bien montado en la bestia. Tartamudeó antes de responderme
cuando le dije que ya estaba cumplida la segunda tarea. Se
levantó de la mesa y miró hacia la pampa: los caballos
pastaban tranquilamente, aperados.
La mujer del hombre también que salía con su tetera en la
mano para repetirle café seguro, boquiabierta se quedó
mirando a los caballos. Ni me respondió siquiera cuando la
saludé. La muchacha se oía que reía adentro con su
hermanito el ichic ollco; parecía que jugaban a las
cosquillas.
-- Bien -- dijo el supay --, yo siempre he sido un
caballero, eso no me podrá usted negar -- medio me asusté:
me estaba respetando el hombre --; yo cumplo lo que
prometo. Le falta sólo una tarea, jovencito, si usted me
la cumple, podrá irse de mis propiedades sin que nadie le
moleste...
-- ¿Qué será, señor? -- dije tosiendo, para disimular un
suspiro, sabiendo que ahora sería muy difícil ya, que
alguien acudiera en mi ayuda.
-- Mira -- me dijo volviendo a tutearme --, dentro de los
condenados que deben llegar mañana hay gente importante, y
antes de someterlos al fuego eterno, voy a darles un
banquete con un toro que tengo amarrado aquí atrasito; ven
para que lo veas, ven -- así diciendo hizo que lo
siguiera, primero bajando las escaleras y luego tras su
casa, en donde estaba amarradito un buey esquelético, que
ni pararse podía de puro débil y al que señalándolo me
dijo:
-- Lo quiero bien gordo para mañana, ¿entiendes?
-- Sí, señor -- le dije haciéndome el suficiente, viéndola
a su hija que aguaitaba de la segunda planta --,
entendiéndole estoy.
-- Bien -- dijo --, puedes empezar cuando gustes.
Y, como otras veces, se alejó.
9. GANAS DE VOLVER -
[la hija consigue hierbas para engordar el toro]
Anchadito con una soga delgada nomás lo llevaba yo al
animal, bordeando bordeando una acequia, despacito como en
procesión. A las justas podía dar paso y hasta el viento
lo quería tumbar. Este pobre, pensaba yo en mis adentros,
ni puesto tres meses en un inverne podría engordar... y
ahora, ahora, seguía pensando, qué nomás puedo hacer?...
Llegando a un sitio donde se elevaba alto el pasto, lo
amarré. Silencioso era ese lugar, aparte del viento nada
más se oía. A ratos (p.25)
pensaba escaparme, pero me desanimaba sabiendo que el
maligno de donde sea me volvería. Ni rezarle a taita San
Juan, patrón de mi pueblo o al niño Manuelito, que siempre
me socorría, me animaba, porque en mi tierra contaban que
desde los dominios del supay las plegarias no llegaban.
Así sentadito que estoy, piense y piense, no sé cómo nomás
reparo para un lado, cuando lo veo que corriendo por entre
unos montecitos, avanza la muchacha buenamoza, hija del
hombre, agitada agitada.
-- Cholito -- me dice llegando a mi lado --, he venido a
ayudarte: sé que pasas apuros.
-- ¿De veras, niña? -- le digo alegrándome --. ¿De veras
has venido a ayudarme?
-- De veras -- me dice --, la hormiguita y el águila que
tu trataste, me contaron que pasabas apuros. De haber
sabido antes que los trabajos que te mandaba hacer mi
padre eran imposibles para ti, hubiera visto la forma de
ayudarte.
-- O sea que pensabas, niña, que los hacía yo?
-- Sí, pues, yo creía que era así.
¿Cómo es no?, dije entre mí, para ellos todo es fácil;
pero de su taita sí estoy seguro que sabía bien que yo no
iba a poder.
-- Una curiosidad, niña -- le dije tomándole confianza,
viendo que se sentaba a mi lado.
-- ¿Qué nomás será?
-- ¿Cómo sabes mi nombre? Mejor dicho, mi sobrenombre? --
quise sacarme la duda que desde el día anterior ya, me
puyaba.
-- ¿Cuál? ¿Cholito?
-- Ajá.
Se rió, haciéndose un hoyito en su cara.
-- Me lo contó mi hermanito, riendo, dice que en tu pueblo
piensan que te has muerto.
¡Pucha! Eso me trajo recuerdos de mi mamita, de mis
hermanitos y de mi amado venadito Lucero, y extrañé mi
pueblo y unas ganas tremendas de volver se me vino.
-- No te pongas triste -- dijo la muchacha dándose cuenta
--; yo te llevaré a tu tierra ahora mismo si quieres,
luego de engordarlo al toro.
-- ¿En serio, niña?
-- En serio, ahora verás... (p.26)
Diciendo asina, se levantó y se fue más arribita, donde
crecían unas chilcas. Por ahí se puso a arrancar unas
hierbas parecidas al picullo, pero que no eran picullo,
según comprobé después. A cada puñadito que arrancaba le
hablaba cosas que yo no entendí. Después, haciendo un
tercio, lo trajo millcadito en su falda y lo arrojó ahí en
su delante del animal.
-- Ahora sí -- dijo volviendo a sentarse a mi lado --,
esperemos un poco; ten paciencia.
Sonreía la muchacha. Sus labios reventaban como moras. Tan
bonita no había visto asina. Y parecía estar queriéndome.
Sólo de verla mayor que yo, señorita como era y yo sólo un
wambra [quechua: niño] me arrecelaba, sabiendo sobre todo
hija de quién era.
-- A lo mejor te culparán tus taitas, niña, de haberme
hecho escapar.
-- Ni creas - me dijo agarrando la punta de mi poncho,
fijándose en sus labores --, ahora que mi papá vea el toro
se alegrará que hayas desaparecido; no le gusta que haya
poderosos como él en sus dominios. Y en cuanto a mí, no
sabrán que te he ayudado, porque dejándote en tu pueblo
nomás, rápido me volveré; ya después cuando pasen los días
más bien nos reuniremos de nuevo y entonces sí viviremos
juntos.
-- Ehh... ¿cómo?
-- Ya te explicaré. Ahora mira el toro.
Cuando levanté la vista, lo vi; ¡a pucha!, tremendo
animal, gordo. Yo dije se habrá panzado quién sabe con las
hierbas. Pero no. Cuando fui a tocarlo, purita carne era,
queriendo reventar todavía bajo esa piel negra, lustrosa.
-- Ahora sí, ¡vamos!
-- Bueno, niña. (p.27)
10. POR FIN MI PUEBLO
- [avisos no comer ni sal ni ají - y comer maíz blanco
y maíz amarillo]
Aver reconócelo, ¿es o no es tu pueblo?
Cuando mis ojos se acostumbraron de nuevo a la luz del
sol, luego de haber atravesado un largo túnel lleno de
tinieblas por donde me trajo la muchacha, boquiabierto me
quedé reconociendo en primer término el alto y corpulento
eucalipto, orgullo de mi tierra, que se alzaba casi
tocando las nubes con su ramosa copa y que era visto por
los viajeros de los más apartados lugares.
Después fue que me fijé en las chacritas, rodando por las
lomadas, (p.29)
y en las casitas que humeaban a esa hora, ya tardecita, en
que preparaban la merienda.
-- Sí, niña, mi pueblo es -- respondí agradecido.
Una curiosidad me entró antes de echarme a correr: ¿dónde
estábamos exactamente? ¿Por cuál lugar habíamos salido?
Me fijé bien entonces, y lo reconocí: era el túnel de una
de las minas abandonadas de Llushca, minas que hace qué
tiempos ya sería dizque los portugueses sacaban plata.
Vaya, dije entre mí, nunca pensé que estas minas
comunicaran con el infierno. Eso se me ocurrió pensando en
que la casa del supay sería la boca por donde se entraba a
ese lugar maldecido.
-- Ahora sí -- me dijo la muchacha sacándome de mis
pensamientos -- debo volverme, mientras tú visitas a tus
familiares. Pero de acá a tres días de nuevo nos veremos.
-- ¿Dónde, niña, en qué parte?
-- Aquí más arriba nomás, en los alrededores de la laguna
de Wiri, donde verás mi casa.
-- Bueno, niña -- le dije entonces mirando el camino,
desesperado ya por reunirme con los míos.
-- Espera -- me dijo cuando daba el primer paso --, quiero
hacerte una advertencia.
-- ¿Qué nomás será? -- puse atención.
-- Llegando a tu casa por nada vayas a probar comida con
sal, tampoco ají; si lo haces, ya no podremos vernos,
¿comprendes?
-- Bueno, niña, lo tendré presente.
Hice la prueba de alejarme.
-- Espera -- de nuevo me detuvo.
-- ¿Sí?, ¿qué será?
-- Llévate esto -- diciendo me alcanzó una alforjita
levantándolo del suelo, que antes no había visto yo --, en
un lado va oro y en el otro plata; cuando tengas hambre
sólo esto vas a comer.
Asustado miré si era cierto. Pero no. Maíz blanco nomás
iba en el que decía plata y maíz amarillo en el otro en
vez de oro.
-- Así será su significado seguro diciendo me eché a
correr después que duro apretara mi mano la muchacha,
despidiéndose. (p.30)